miércoles, 6 de febrero de 2013

Crítica de Donde los árboles cantan


Donde está el árbol de muñones que no canta[1]

En el que St2 y Anyina tiran valiosas horas de su vida leyendo un libro sin sentido y acaban perdiendo un 15% de fe en la humanidad y un 60% de fe en la literatura actual.

Laura Gallego, ganadora del Premio Nacional de Literatura Juvenil 2012, ha conseguido con su libro Donde los árboles cantan hacer llegar un mensaje ecologista a los jóvenes. La historia tiene varios aciertos, e intenta crear una unidad cíclica y metaliteraria entre el final y el resto de la novela recurriendo a la figura del juglar Oki.

La lectura de este libro se ve dificultada, sin embargo, por las numerosas faltas de puntuación, acentuación y semántica que salpican el texto, así como sus múltiples erratas. Algunos ejemplos serían la colocación inadecuada de comas entre sujeto y predicado, utilización aleatoria del punto y coma, confusiones de vocabulario, entre otros. Por mencionar un ejemplo jocoso; al principio del quinto capítulo, Laura nos obsequia con la siguiente frase: «Pero ella [Viana] ya sabía leer las señales ocultas que el bosque revelaba solo a los observadores más avisados.»; intuimos que la palabra que buscaba era «avezados».

Con respecto a la ambientación, Donde los árboles cantan pretende claramente situar la escena en una época de corte medieval. No lo consigue. Las escenas de la corte no resultan verosímiles: las interacciones de los personajes con el rey son poco creíbles, la figura de los nobles en el marco social de la novela peca de una ingenuidad que rebasa el infantilismo. La cultura de los distintos pueblos, tanto los nortianos como los bárbaros, no está construida. Además, se observa un marcado parecido entre los nombres de castillos, ríos, montañas, etc. y los que se usan en Juego de Tronos (Rocagrís-Rocadragón, Torrespino-Torresombría, Piedrafría-Piedracaída, Monteferro-Colinacuerno…).

Los espacios están mal construidos, las descripciones son planas, carecen de una selección de elementos adecuada y resultan poco creíbles. Esta circunstancia da lugar a incoherencias del calibre de que en una torre de un castillo puedas levantar una piedra del suelo para esconder una caja, o que Viana se ponga morena por pasar el invierno viviendo en un bosque «impenetrable». True story.

La voz narrativa nunca se calla. No es que no sepa jugar con los silencios, es que ni siquiera parece conocer su existencia. Cada vez que Viana toma una decisión, el narrador ofrece un discurso pormenorizado de los motivos, alternativas, consecuencias, implicaciones morales (o estéticas, true story) de la opción elegida. La autora intenta que la voz narrativa adopte un lenguaje arcaico que apoye la ambientación medieval de la historia, pero su fracaso es tan estrepitoso como en el caso de la propia ambientación: presencia de coloquialismos, prosa forzada, fallos semánticos…

Siguiendo con el paralelismo establecido con Juego de Tronos, cabe mencionar las similitudes físicas, circunstanciales y de carácter entre Viana y Sansa, si bien el conflicto inicial en que se encuentra la primera se parece en ciertos aspectos al de Daenerys (matrimonio con un bárbaro de las llanur… es decir, de las estepas). Esto en principio no tendría por qué suponer mayor problema, no obstante, la evolución del personaje de Viana resulta demasiado accidentada y poco creíble, nada que ver en este sentido con el universo de G.R.R. Martin, que si bien peca de otras cosas, esta no es una de ellas.

El personaje de Uri resulta sencillamente inabordable. Es un árbol que, nadie sabe muy bien cómo ni por qué, se transforma en humano, el pelo le cambia de color con las estaciones, en invierno vuelve a transformarse en árbol, y así se queda, pero no sin antes dejar embarazada a Viana, que tiene mellizos. En serio. Es-un-árbol.

Se agradece el intento de crearle una voz reconocible a Lobo, con las anécdotas sobre cómo perdió la oreja y el lenguaje vulgar, aunque resulta ser un personaje estereotipado (figura del maestro). El resto del reparto tiene una participación puramente anecdótica, y resultan igualmente planos: los bárbaros son muy bárbaros y malos, Belicia es la amiga escandalosa, Robian es el novio decepcionante…

Uno de los mayores problemas de base de la novela es la falta de objetivo del personaje. Durante la primera mitad, Viana va dando tumbos por la historia, ignorando sistemáticamente las múltiples llamadas a la aventura, y no llega a entrar en el mundo mítico hasta casi la mitad del libro. El personaje adquiere finalmente un objetivo (matar al rey Harak) casi por casualidad y por iniciativa ajena, y no parece ser un objetivo especialmente importante para ella, dado que prioriza muchas otras cosas por encima de este (como ir a buscar las joyas de su madre, por ejemplo).

La novela carece de unidad narrativa, así como de un trasfondo reconocible. Se observa claramente que se trata de dos historias inconexas en su origen, que se han visto posteriormente unidas a la fuerza. Si se consideran las dos partes por separado, se puede llevar a cabo un análisis típico del viaje del héroe, aunque la segunda parte muestra algunos problemas de consistencia, ya que la protagonista se empeña una y otra vez en ignorar su objetivo e intentar escapar del mundo mítico.

No podemos olvidar las múltiples incoherencias que salpican la obra, como el hecho de que el Gran Bosque sea un lugar inhóspito, espeso e infranqueable por el que, no obstante, todos los personajes se pasean como Pedro por su casa: ninguno tiene precisamente que abrirse camino entre la maleza a golpe de machete. Sin embargo, hay muchas más, a cual más hilarante:

-Harak estuvo aquí: ¡los bárbaros ya habían llegado al corazón del bosque! De alguna forma se colaron en el reino, inadvertidos, y comenzaron a sacar barriles y barriles de savia mágica. Insistimos: sin que nadie los viera. Luego hicieron todo el camino de vuelta a las estepas, se untaron y volvieron a Nortia a luchar. Sin embargo, parece que les dé reparo introducirse en el bosque a buscar a los rebeldes; pero, claro, son señores de la guerra que dejan sus murallas desprotegidas: no se les puede pedir más.

-Me llamo Bárbol, urrarrum: Uri es un árbol joven, de acuerdo, pero ¿en cuántos años reales se traduce eso? Porque se convierte en un muchacho adolescente con la mentalidad de un niño pequeño (circunstancia, por otra parte, que no le impide terminar manteniendo relaciones sexuales con la protagonista).

-Medievax. Hola, soy tu menstruación: cuando Viana va a rescatar a la joven reina Analisa, su madre le informa de que la niña ya ha sido visitada por la «doncella de rojo». Cómo ha terminado este icono popular, de origen publicitario muy reciente, en una novela de corte medieval es algo que no nos explicamos.

-Soy un cerdo decente, ¡no-un-puma![2]: Viana, que es una avisada cazadora, acecha en determinado momento a un jabato solitario (Laura Gallego no debe de haber muchos documentales de la 2). Nuestra protagonista le acierta con una flecha en una pata, y el animal, ciego de rabia, corre hacia ella para atacarla; de alguna forma, Viana dispara otra flecha, que se clava en esta ocasión «en un punto vital», con lo que el jabato cae muerto. Nos preguntamos cuál fue el salto del puma de este infortunado Pumba, para que una flecha disparada desde arriba se le fuera a clavar en pleno abdomen.
En conclusión, y por no alargarnos más, nos resultan incomprensibles, como escritoras y como lectoras, los motivos que hayan podido llevar al jurado de un Premio Nacional de Literatura a conceder el galardón a tan bárbara novela.




[1] Vuelta de paseo, Poeta en Nueva York, Federico García Lorca.
[2] Pumba, El Rey León.



St2 y Anyina

domingo, 3 de febrero de 2013

Relato de El Niño Melocotón


ME ENCONTRÉ TU SOMBRA

Cariño, hoy me he encontrado tu sombra.

Desperté anoche de madrugada, entre sábanas frías como rocío. Siluetas de espectros sitiaban la cama, y en la oscuridad creí imaginar una presencia. Sobrecogido, traté de convocar al sueño bajo mis sienes...

Pero a la mañana he descubierto que no fantaseaba. Lo he vuelto a ver con los ojos despejados: ahí, al pie de la cama, estabas tú. O más bien una parte de ti. Tu sombra, amor, igual que una silueta recortada en papel sobre el suelo, o una capa de lluvia olvidada. Tu sombra.

La he contemplado en el espejo mientras me afeitaba, temeroso a un tiempo de verla y de perderla. Y cuando he salido de la alcoba me ha seguido, deslizándose en silencio. Antes de salir a la calle se me ha acercado y sus dedos - los tuyos - una caricia sobre los míos, me han abrochado la americana.

Hacia aire, un aire de frío y luz que traía tu perfume. Tu sombra, compañera callada, me perseguía por las calles, y en la escalinata del templo se me ha arrimado dulce como un remolino de hojas secas. Cada cirio de la casa de Dios era su corazón palpitante. Tú corazón enamorado, como antes, como siempre.

De vuelta a casa me ha sorprendido la visita de nuestra pequeña, ya toda una mujer, una madre.

¡Cómo corre el tiempo! Me ha dicho que no quería que estuviera sólo en un día tan especial como éste. Viendo correr a nuestros nietos por las habitaciones como avecillas cantoras, y a tu sombra zigzaguear alegre tras sus risas, le he respondido que jamás he estado sólo.

¡Qué felicidad ver la mesa de la cocina otra vez llena, los álbumes desempolvados, los recuerdos revividos! Tu sombra nos alumbraba, invisible, desde cada rincón. Nuestro nieto más pequeño ha señalado una foto tuya de niña, queriendo saber quién eras, y yo le he contestado con la voz temblorosa: hijo, ésta fue la raíz de tu vida, y la más hermosa flor de la mía.

Al caer la tarde las aves cantoras regresaron a sus nidos, tras un beso, un abrazo y la promesa de volver pronto. Los contemplé marchar desde la puerta, y después reparé en que tu adorada silueta seguía junto a mí, bajo aquellas últimas luces…

En ese momento te vi, como resuelta bailarina, seguir la caída del Sol con tu movimiento. Y tu sombra saltó dentro de la mía, se sumergió en mí. Tu sombra, mi sombra, se hicieron una.

Y entonces, en un arrebato, tomé papel y te escribí esta carta con el corazón encendido de pasión, como aquellas que te escribía hace tantos años. Y aunque donde estás no hay correo, sé que la leerás desde allí. Allí, amor mío, donde nuestras sombras esperan encontrarse un día, donde nadie las separará nunca más.

Siempre tuyo,
Tu esposo,
en el día de nuestro aniversario.

El Niño Melocotón