domingo, 27 de enero de 2013

Relato ganador del reto VI

Los retos no van a seguir un orden exacto, vamos a ir alternándolos para que el que colguemos una semana no sea de la misma persona que el de la semana anterior. Pero se irán colgando todos poco a poco ^^ Y allá va:


—Dame la mano.
Y se la di. Ni siquiera sé por qué lo hice, porque yo nunca hacía lo que me ordenaban, a veces incluso sólo por llevar la contraria. Pero esta vez no me paré a pensarlo, simplemente lo hice, le di la mano.
Estaba confusa, todo parecía tan irreal. Como en las historias de mis libros. Sí, exacto, como en un libro de guerras: los soldados irrumpiendo en el palacio, las voces, las flechas.
—No tengas miedo.
Yo no tenía miedo. No sentía nada. Pero él sí parecía tenerlo, no me miraba. Abrió la puerta secreta, disimulada en la pared, y comenzamos a caminar por un corredor oscuro, goteante de humedad y años de abandono.
Los gritos quedaron atrás.

Su mano temblaba con fuerza bajo mis dedos. Tal vez sí que estaba asustada, aunque no lo pareciera.
El tiempo transcurría como un goteo lento mientras nosotros seguíamos adentrándonos en las entrañas del pasadizo, descendiendo, siempre descendiendo.
—¿Falta mucho? —Su voz sonaba lejana, apagada, como si no tuviese bastante aire para hablar.
Tuve que girarme para mirarla. Estaba pálida, muy pálida. La flecha sólo le había rozado, un ligero corte en el cuello. Pero la sangre seguía corriendo, lentamente, hasta perderse en el cuello de su vestido. Y yo sabía lo que eso significaba.
Con un nudo en la garganta, le apreté la mano y apreté el paso.
—No mucho —Aguanta.

Estaba cansada, y me sentía ligeramente mareada.
—Si salgo de aquí… —Volví a tomar aire, agotada—, me gustaría volver a probar tu comida…
—Cuando te saque de aquí, te prepararé lo que tú quieras —prometió.
Yo me reí débilmente. Él no sabía cocinar.
—Pero ayer… —Respira— quemaste la última sartén.
—Será mejor que no hables.

Tuve que bajar el ritmo, ella no podía seguirme. La mataría si continuaba haciéndola correr así.
Pero… la mataría si no la sacaba del pasadizo a tiempo.

—Dará igual —susurré—. Lo sabes.
—He dicho que no hables.

No era justo. El mundo no era justo. La vida no era justa.

—El veneno es rápido —Boqueé una vez más, sintiendo el aire silbar en mis pulmones como un mal augurio—. No lograré…

No hubo eco contra las paredes de tierra, pero ella se tambaleó ligeramente. Con los ojos muy abiertos de la sorpresa, se llevó una mano a la mejilla, donde yo la había abofeteado.
Los segundos se escurrieron entre las grietas de los muros, silenciosos, mientras nos sosteníamos la mirada. Ella fue la primera en apartarla.
Entonces, sin pronunciar palabra, la alcé en brazos y reemprendí la marcha. Ella se recostó sobre mi pecho y escondió sus lágrimas entre los pliegues de mi camisa.
—Lo siento.

Había luz al final del túnel, un resplandor diáfano que inundó mis pupilas. El final del pasadizo, el bosque al otro lado y después el mar. Tal vez sí lo consiguiésemos. El aire se sentía más limpio y fresco sobre mi cara, y eso parecía hacerme bien. Me costaba menos respirar. Quería salir de ese corredor angosto, ya.
«Más deprisa».
El bosque era de un intenso color verde, perlado de rocío mientras el sol se elevaba sobre las montañas. Rezumaba vida.
Era hermoso. Pero no debía quedarme allí. Los soldados. Había que seguir, tenía que llegar al mar.
«Más deprisa».

La luz me cegó cuando salimos del túnel. Comenzaba ya un nuevo día, radiante, sin saber que, unos pocos kilómetros al este, el palacio estaba en llamas.
—Quiero ver el mar —susurró ella, en mis brazos, con una voz tan tenue que me pregunté si no la habría imaginado—. El mar…
—Hemos salido —le dije, inclinándome para dejarla con cuidado en el suelo.
Ella tenía los ojos abiertos, pero no me miraba. No me miraba.
—¿Alicia?
La herida de su cuello había dejado de sangrar, pero su vestido de novia ya no era blanco.
—¡Alicia!
Ya no me volvería a mirar.

Anyina

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