A veces hay noches difíciles.
Sábado. La plaza a media noche. El suelo
mojado es como un espejo y la multi está llena de gente. ¿Pasas a comprar tú,
que yo todavía no tengo los dieciocho? La bolsa cuelga junto a tu pierna, las
asas se te clavan en los dedos. El sonido del cristal al entrechocar. Camino
del botellón, chicas de catorce años que aparentan veinticinco. Arregladas como
si fueran de boda. Para emborracharse. Trémula luz la del parquecillo: todo
está medio en sombra. Corros en torno a las botellas como si adoráramos a un
tótem. Se habla del fútbol, de quién se ha liado con quién, del ciego que me
voy a pillar, tío. Huele a porro. Hace frío. Y tú estás ahí en medio, sentado
en el césped sucio. Pensando. Siete mil millones de personas en el mundo.
Twitter y whatsapp…
Y aun así, pensando que te sientes solo.
A veces hay noches difíciles. Noches en las
que saliste a pasarlo bien, pero no me preguntes por qué acabas así: sentado en
una isla. Mirando las cosas, la vida. La vida y la muerte. ¿A ti de qué te
habla todo esto? Porque a mí, del vacío. De cómo nos consumimos en la
mediocridad. Nosotros, que somos el futuro. No más horizonte que el fin de
semana, que el alcohol. ¿Creéis que sois inmortales? Somos breves como nubes,
pero eso sólo lo ves tú…
Las sombras se extienden. Botellas rotas por
el suelo. El silencio. En una esquina oscura alguien está vomitando. Y te
parece que el mundo se derrumbara y nosotros con él…
Sí, a veces hay noches duras. Noches en las
que acabas tirando tu vaso al césped mojado del parquecillo, y te tumbas ahí
mismo y te sientes vencido. Y entonces miras las hojas de los árboles que se
mueven al viento y las estrellas dispersas como lágrimas de un dios. Creadoras
de la materia de la que está hecho todo,
también tú. Y sabes que ahí seguirán dentro de un millón de años, y sólo así
encuentras un poco de paz…
Si para ti no hay noches así, entonces no lo
entenderás. No entenderás por qué escribo.
Escribo por eso, es la verdad. No para
lucirme: para luchar contra este vacío. Esta nada. Para sentir en los dedos ese
fuego primordial, el de las estrellas que nos crearon. O por lo menos eso
intento. Porque es mi única respuesta, la única manera en la que sé seguir con
esto. Vivir.
A veces hay noches difíciles. En las que sólo
la belleza nos salva.
El niño melocotón
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